TIRANDO
A DAR
Prudencio Exojo - @Exojo
Con el sabor de la niñez
Pocas cosas hay en esta vida
que evoquen tantos recuerdos como una feria de pueblo. ¡¡Qué digo !!
Feria de Pueblo, en
mayúsculas y negrita, enfatizando el evento.
Aún quedan indelebles en mi
mente aquellos recuerdos de la infancia. Dejarse “ caer “ por la casa de los
tíos buscando una peseta para subir a los aviones. Llegar a la hora más
intempestiva y creer, - con la ignorancia de un infante, - que no estás molestando. Mirar los autos de choque y morir de la
envidia al comprobar que otros, disponen de varias fichas para subir y
disfrutar.
Aquellos helados de limón, en
su molde cuadrado. Elaborados artesanalmente con los barquillos colocados a
mano.
Turrón de Castuera. Inmensos
bloques de dulce artesano, confeccionado con cacahuete, - para abaratar su
coste -, partidos a mano. A peseta el “
cacho “. ( expresión castiza de la Extremadura de los sesenta )
Las prisas por recorrer el
recinto ferial; una ansiedad que oprimía
la ilusión de participar y disfrutar de las atracciones, pues, no debemos
olvidar que el acontecimiento tenía carácter institucional. Una vez al año y
nunca más en los próximos doce meses.
Admirar a los feriantes como
auténticos personajes envidiables y envidiados. Héroes de la niñez que
disfrutan un día si y otro también, de la inmensa felicidad que proporciona una
feria.
Por el contrario, no recuerdo
ningún establecimiento alimentario. Quizá sea porque tampoco hacía falta. O
porque no era posible acercarse a disfrutar de alguna especialidad
culinaria. Cuando la niñez está llena de
ilusiones, la mente no deja despertar al estómago.
Incluso en la actualidad. No
he visto a ningún niño anteponer la merienda que la madre fija como tasa
obligatoria para salir a jugar, a la diversión o disfrute de unos juegos.
Los tiempos cambian, las
formas también, pero la ilusión permanece intacta.
Acercarse a un pueblo de
nuestra España veraniega. Observar adormecidas las atracciones sin saber por
qué. Preguntar a un paisano…. Oiga, ¿ a qué hora abren la Feria ? y responder
con la suficiencia de un veterano en asuntos de festejos, - sorprendido por la
absurda pregunta del forastero -…. pues, a qué hora van a abrir, a las 10 de la
noche, cuando el calor permita salir a la calle.
Miro alrededor, escudriño el
ambiente y me pregunto a mi mismo, ¿ estará mal visto que en edad de optar a la
jubilación anticipada, anhele disfrutar
de una feria a la antigua usanza ?
Puede que no, pero el “ miedo escénico “ me impulsó a buscar
protección. Unos amigos más jóvenes, con
hijos en edad de pasar inadvertidos en el recinto ferial, serían la razón que
justifique una locura.
Así fue como pude disfrutar
en los autos de choque, saborear una degustación culinaria mal servida al más
puro estilo feriante, con inconveniencias y
precios acordes con la situación excepcional; un helado servido en
maquinaria moderna, una caseta de tiro a los palillos de toda la vida , -
posiblemente una de las atracciones que permanezcan inalterables al paso del
tiempo -. Las famosas arandelas para ensartar en la botella de ginebra barata o
vino peleón; la tómbola que siempre toca, con ese locutor de verbo fácil y
chillón, ejerciendo de maestro de ceremonias que anima una y otra vez a comprar
los boletos de la suerte.
Detenerse con la paciencia de
un adulto y ver como algunas cosas cambian, observar que el precio de una
atracción estrella, ronda los 2,5 € , pero, mirar alrededor y comprobar que la
ilusión de chicos y mayores, es la misma de siempre.
Tal vez, alguno de esos
niños, repita esta crónica dentro de 50 años.
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