miércoles, 7 de agosto de 2013


                                                TIRANDO A DAR


Prudencio Exojo - @Exojo


Con el sabor de la niñez


Pocas cosas hay en esta vida que evoquen tantos recuerdos como una feria de pueblo. ¡¡Qué digo !!  Feria de Pueblo, en mayúsculas y negrita, enfatizando el evento.

Aún quedan indelebles en mi mente aquellos recuerdos de la infancia. Dejarse “ caer “ por la casa de los tíos buscando una peseta para subir a los aviones. Llegar a la hora más intempestiva y creer, - con la ignorancia de un infante, - que no estás molestando.  Mirar los autos de choque y morir de la envidia al comprobar que otros, disponen de varias fichas para subir y disfrutar.

Aquellos helados de limón, en su molde cuadrado. Elaborados artesanalmente con los barquillos colocados a mano.

Turrón de Castuera. Inmensos bloques de dulce artesano, confeccionado con cacahuete, - para abaratar su coste -,  partidos a mano. A peseta el “ cacho “. ( expresión castiza de la Extremadura de los sesenta )

Las prisas por recorrer el recinto ferial;  una ansiedad que oprimía la ilusión de participar y disfrutar de las atracciones, pues, no debemos olvidar que el acontecimiento tenía carácter institucional. Una vez al año y nunca más en los próximos doce meses.

Admirar a los feriantes como auténticos personajes envidiables y envidiados. Héroes de la niñez que disfrutan un día si y otro también, de la inmensa felicidad que proporciona una feria.

Por el contrario, no recuerdo ningún establecimiento alimentario. Quizá sea porque tampoco hacía falta. O porque no era posible acercarse a disfrutar de alguna especialidad culinaria.  Cuando la niñez está llena de ilusiones, la mente no deja despertar al estómago.
Incluso en la actualidad. No he visto a ningún niño anteponer la merienda que la madre fija como tasa obligatoria para salir a jugar, a la diversión o disfrute de unos juegos.

Los tiempos cambian, las formas también, pero la ilusión permanece intacta.

Acercarse a un pueblo de nuestra España veraniega. Observar adormecidas las atracciones sin saber por qué. Preguntar a un paisano…. Oiga, ¿ a qué hora abren la Feria ? y responder con la suficiencia de un veterano en asuntos de festejos, - sorprendido por la absurda pregunta del forastero -…. pues, a qué hora van a abrir, a las 10 de la noche, cuando el calor permita salir a la calle.

Miro alrededor, escudriño el ambiente y me pregunto a mi mismo, ¿ estará mal visto que en edad de optar a la jubilación anticipada,  anhele disfrutar de una feria a la antigua usanza ?

Puede que no,  pero el “ miedo escénico “ me impulsó a buscar protección.  Unos amigos más jóvenes, con hijos en edad de pasar inadvertidos en el recinto ferial, serían la razón que justifique una locura.

Así fue como pude disfrutar en los autos de choque, saborear una degustación culinaria mal servida al más puro estilo feriante, con inconveniencias y  precios acordes con la situación excepcional; un helado servido en maquinaria moderna, una caseta de tiro a los palillos de toda la vida , - posiblemente una de las atracciones que permanezcan inalterables al paso del tiempo -. Las famosas arandelas para ensartar en la botella de ginebra barata o vino peleón; la tómbola que siempre toca, con ese locutor de verbo fácil y chillón, ejerciendo de maestro de ceremonias que anima una y otra vez a comprar los boletos de la suerte.

Detenerse con la paciencia de un adulto y ver como algunas cosas cambian, observar que el precio de una atracción estrella, ronda los 2,5 € , pero, mirar alrededor y comprobar que la ilusión de chicos y mayores, es la misma de siempre.

Tal vez, alguno de esos niños, repita esta crónica dentro de 50 años. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario