miércoles, 28 de agosto de 2013




Prudencio Exojo - @Exojo


Anónimos


Pocos creíamos hace algún tiempo, cuando irrumpió Twitter con la fuerza que lo hizo, no sólo las posibilidades que nos ofrecería como red social de comunicación, si no la “ dependencia “ que iba a crear a los twitteros, si queríamos estar permanentemente informados - política y socialmente -,  de todo aquello que acontece en nuestro mundo global. 

Las redes nacen, algunas crecen y se multiplican, otras, tienen mayor o menor aceptación, pero todas - en determinados niveles - ,  con el paso del tiempo, afloran carencias que pueden afectar según la intensidad con que cada uno de nosotros vivamos inmersos en ellas. 

Cualquiera puede acceder a registrarse, nunca fue tan fácil decir algo al mundo. Cosa distinta es que sepamos decirlo y otra bien diferente, seamos capaces de usar el discernimiento entre la miseria humana, la fina ironía y la vulgaridad o comentario soez.

Twitter, ofrece la posibilidad de acreditar la personalidad real pero, lamentablemente, lo tiene reservado a un tipo de registros concretos. Sólo acreditando relevancia contrastada, demostrando ser personaje público, político en activo o autoridad acreditada, accederá a otorgar el distintivo que exprese la veracidad del firmante. 

Con frecuencia, se producen desagradables comentarios, cruce de opiniones y,  generalmente, insidias que ofenden tanto al personaje agraviado, como a determinados seguidores que por razones obvias, no aceptarán la crítica despiadada. 

El pasado martes,  en el momento que se hizo público el accidente de tráfico de la Delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes ( @ccifuentes ), siendo conocedores en mayor o menor grado del alcance de las lesiones, se produjeron emisiones de twitteros dignas de ser analizadas por algún psiquiatra. Alguna tesis doctoral se podría realizar con la recopilación de muchos de ellos.

Tuve la oportunidad de bajar al barro y meterme en camisas de once varas. Al principio, reconozco haber mantenido ciertas reservas en hacer público algunos comentarios pero, finalmente, hierve la sangre ante determinadas situaciones y uno se pregunta a sí mismo, ¿ por qué no ?.  Cuando te ves inmerso en diálogos encadenados, resulta sencillo comprobar que todos los perfiles “ valientes “ son anónimos. Cobardes que bajo el paraguas de un seudónimo, avatar de dudoso gusto ético y estético o, simplemente, un nombre ficticio, proliferan insultos dignos de la mayor reprobación social. 

Una persona puede tener ideas políticas determinadas, manifestarlas  públicamente y discutirlas. Acreditar con solvente oratoria la certeza de sus ideas, convencer al prójimo de la bonanza de su teorías, en definitiva, ejercer la crítica demócrata y liberal en toda su extensión. Ahora bien, manifestar los peores deseos hacia un adversario político, es de tal bajeza moral,  que no hace falta repetirlo, descalifica al que los profiere. 

Sin el anonimato en la red, ante la posibilidad de ser fácilmente localizado y denunciable, me pregunto cuántos valientes se atreverían a mantener la misma actitud. 

Twitter no nació para insultarnos unos a otros. Aunque a veces, yo también cambiaría mis creencias. 

miércoles, 7 de agosto de 2013


                                                TIRANDO A DAR


Prudencio Exojo - @Exojo


Con el sabor de la niñez


Pocas cosas hay en esta vida que evoquen tantos recuerdos como una feria de pueblo. ¡¡Qué digo !!  Feria de Pueblo, en mayúsculas y negrita, enfatizando el evento.

Aún quedan indelebles en mi mente aquellos recuerdos de la infancia. Dejarse “ caer “ por la casa de los tíos buscando una peseta para subir a los aviones. Llegar a la hora más intempestiva y creer, - con la ignorancia de un infante, - que no estás molestando.  Mirar los autos de choque y morir de la envidia al comprobar que otros, disponen de varias fichas para subir y disfrutar.

Aquellos helados de limón, en su molde cuadrado. Elaborados artesanalmente con los barquillos colocados a mano.

Turrón de Castuera. Inmensos bloques de dulce artesano, confeccionado con cacahuete, - para abaratar su coste -,  partidos a mano. A peseta el “ cacho “. ( expresión castiza de la Extremadura de los sesenta )

Las prisas por recorrer el recinto ferial;  una ansiedad que oprimía la ilusión de participar y disfrutar de las atracciones, pues, no debemos olvidar que el acontecimiento tenía carácter institucional. Una vez al año y nunca más en los próximos doce meses.

Admirar a los feriantes como auténticos personajes envidiables y envidiados. Héroes de la niñez que disfrutan un día si y otro también, de la inmensa felicidad que proporciona una feria.

Por el contrario, no recuerdo ningún establecimiento alimentario. Quizá sea porque tampoco hacía falta. O porque no era posible acercarse a disfrutar de alguna especialidad culinaria.  Cuando la niñez está llena de ilusiones, la mente no deja despertar al estómago.
Incluso en la actualidad. No he visto a ningún niño anteponer la merienda que la madre fija como tasa obligatoria para salir a jugar, a la diversión o disfrute de unos juegos.

Los tiempos cambian, las formas también, pero la ilusión permanece intacta.

Acercarse a un pueblo de nuestra España veraniega. Observar adormecidas las atracciones sin saber por qué. Preguntar a un paisano…. Oiga, ¿ a qué hora abren la Feria ? y responder con la suficiencia de un veterano en asuntos de festejos, - sorprendido por la absurda pregunta del forastero -…. pues, a qué hora van a abrir, a las 10 de la noche, cuando el calor permita salir a la calle.

Miro alrededor, escudriño el ambiente y me pregunto a mi mismo, ¿ estará mal visto que en edad de optar a la jubilación anticipada,  anhele disfrutar de una feria a la antigua usanza ?

Puede que no,  pero el “ miedo escénico “ me impulsó a buscar protección.  Unos amigos más jóvenes, con hijos en edad de pasar inadvertidos en el recinto ferial, serían la razón que justifique una locura.

Así fue como pude disfrutar en los autos de choque, saborear una degustación culinaria mal servida al más puro estilo feriante, con inconveniencias y  precios acordes con la situación excepcional; un helado servido en maquinaria moderna, una caseta de tiro a los palillos de toda la vida , - posiblemente una de las atracciones que permanezcan inalterables al paso del tiempo -. Las famosas arandelas para ensartar en la botella de ginebra barata o vino peleón; la tómbola que siempre toca, con ese locutor de verbo fácil y chillón, ejerciendo de maestro de ceremonias que anima una y otra vez a comprar los boletos de la suerte.

Detenerse con la paciencia de un adulto y ver como algunas cosas cambian, observar que el precio de una atracción estrella, ronda los 2,5 € , pero, mirar alrededor y comprobar que la ilusión de chicos y mayores, es la misma de siempre.

Tal vez, alguno de esos niños, repita esta crónica dentro de 50 años.