miércoles, 4 de septiembre de 2013


Prudencio Exojo (@Exojo) //   Causa/efecto.
Circulaba a una velocidad elevada por el carril izquierdo, de los tres que dispone la calzada.
No era una conducción temeraria pero estaba en los límites de la peligrosidad manifiesta. De pronto, acelera el vehículo bruscamente y con la rapidez endiablada de un presunto fórmula uno camuflado, adelanta al vehículo que circulaba por el carril central. Realiza un desplazamiento lateral vertiginoso, rebasando sobradamente la línea continua que prohibe acceder a la vía de desaceleración, rebasando la isla central existente entre ésta y el carril derecho en el sentido de la marcha.
Tanto el vehículo adelantado, como los que circulaban retrasados respecto de ambos dos, frenaron bruscamente mientras el bólido furtivo, airosamente, enfilaba el carril de desaceleración para salir de la autovía.
Ocurrió en la A2, a la altura de Pallejá ( Barcelona ). El intenso tráfico que anuncia el retorno de los veraneantes a su ciudad de residencia, se pudo ver empañado por una maniobra harto peligrosa que evidencia el riesgo manifiesto, de una conducción poco acorde con el entorno, las fechas y los propios límites del Código de la Circulación.
Si el conductor no prestaba atención a la salida que debe tomar, es un claro síntoma de falta de atención. Por contra, si conocía perfectamente el lugar por el que debe abandonar la vía, pero desprecia el tráfico ordenado y las maniobras elementales de cambio de sentido, con el fin de realizar una salida ordenada de la vía principal, es una irresponsabilidad que le inhabilita para la práctica de la conducción de automóviles de vehículos a motor, al menos, en las vías públicas.
De haber rozado levemente con el vehículo adelantado, la reacción en cadena hubiese desembocado en una colisión múltiple, de consecuencias incalculables. Ninguno de los conductores afectados por la grave maniobra, pudo realizar nada para localizar y denunciar al infractor, el cual, con la impunidad que da el ropaje de la inconsciencia, posiblemente, esté jactándose de la maniobra realizada, alardeando de una salida de la vía, desde el tercer carril, en menos de 30 m.
Tal vez el incauto, nunca acierte a comprender que pudo ser el causante de una catástrofe. Quizá, no haya ninguna posibilidad de aplicarle un severo castigo, pues la denuncia voluntaria, aún cuando es una figura contemplada en la Ley de Seguridad Vial y recogida en nuestro Código de Circulación, deja en franco desamparo a los particulares, ante la voluntariedad de la denuncia ( acreditación de los hechos ).
Agosto, está ofreciendo unas lamentables cifras de fallecidos en carretera. Su estadística, a falta de cerrar al operación retorno. – coincidente con el último fin de semana -, está en cotas no deseables. Para vencer a los fríos y luctuosos balances veraniegos, hacen falta algo más que vehículos camuflados en interminables rectas de nuestras soleadas autovías.
Se denuncian, regularmente, la escasa idoneidad de la ubicación de los radares fijos. Se critica, no sin razón, el espíritu recaudador de los vehículos provistos de sistemas de detección móvil, ubicados en lugares de dudosa peligrosidad pero de manifiesta capacidad recaudatoria.
A pesar de todo, y echando mano del castizo refrán que nos recuerda aquello tan manoseado de que…. el miedo guarda la viña, sería mucho más de agradecer una mayor educación vial y por supuesto, un elevado concepto de la responsabilidad aceptada, cuando nos sentamos frente a un volante.
Es entonces cuando la relación causa/efecto, reduciría considerablemente el número de siniestros mortales.

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